miércoles, 27 de enero de 2016

Rafaela de Buen

Si hay alguien a quien admiro en esta vida es a Rafaela de Buen, mi tía Rafaela; su rostro transmite frescor, alegría, sabiduría; su corta melena blanca cae lisa mostrando un simpático flequillo, el mismo que tenía de niña; sus ojos pequeños, azules, penetrantes, demuestran un sin fin de vivencias, tragos amargos pero también dulces; su voz cantarina con un  leve matiz ronco hace las delicias de quien la escucha, porque a Rafa le gusta hablar, también le gusta escuchar. Es alta, de complexión delgada y con unas piernas largas que le han permitido ser una gran caminante, en su tierra y fuera de ella; incansable viajera, siempre deseosa de conocer mundo, otros lugares, otras culturas, otras gentes, otras costumbres, otras ciudades, otros campos, otros cielos...; enamorada de los paisajes, de los colores, de la música; disfruta con lo nuevo, lo que acaba de conocer y lo que tiene ya más que conocido; gran amiga de sus amigos, celadora de su familia, independiente y segura de sí misma. Nunca se cansa de aprender y repasa, estudia, lee sin parar, organiza talleres literarios, etc.






Admiro su buen carácter –creo que nunca la he visto enfadada-, sus ganas constantes de querer hacer cosas, su energía, su capacidad narradora, su permanente sonrisa, y me quedo boquiabierta cuando cuenta anécdotas mientras bebemos un vaso de vino, seguramente un Rioja, un Viña Tondonia, el vino de su familia, de  su abuelo Rafael López de Heredia que compró los terrenos Tondonia en el término municipal de Haro, en la Rioja Alta.


Disfruto todos esos momentos en que la acompaño porque me siento muy privilegiada de ser parte de su vida y le pregunto por ella:

 Rafa, como así la llamamos muchos, nació el 23 de agosto de 1921 en San Sebastian, en la calle Triunfo n°3, su madre nunca pudo asegurar el piso pero Rafa eligió el tercero porque varios maceteros con geranios adornaban su balcón. En ese mismo edificio, casualmente, vivió también el filósofo Fernando Savater.         
Calle Triunfo, 3
                                                              

Sus padres vivían en Madrid, en la colonia Cruz del Rayo, que se llamaba así porque cuando todavía era un sector rural, un rayo mató a un pastor que cuidaba su rebaño. Su calle solo tenía casas a un lado, en el otro había campos con espigas y amapolas

Estudia en el Instituto Escuela de Madrid.

 “Cumplí mis 15,16 y 17 durante la Guerra Civil española. En esos años pertenecía a la Unión de Muchachas. Nuestra labor era ir a visitar enfermos a los hospitales de las Brigadas Internacionales. En Barcelona sentí por primera vez el miedo cuando oí silbar una bomba y mientras silba quiere decir que todavía no ha estallado. Aquellas bombas alemanas no explotaban al chocar, explotaban al caer al suelo para matar a todos los que se refugiaban en los subterráneos. Mi familia se separó durante la guerra: mis padres se separaron y mis hermanos: uno lo tomaron prisionero, otro pasó la guerra en Madrid y el mayor, Pedro, alcanzó a salir a Francia y más tarde se fue a vivir a Canadá.”


Cuando estalla la guerra está en Madrid pero parte a Barcelona con un grupo de alumnos del Instituto Escuela y se hospedan en el Palacio de Pedralbes, donde habían instalado una residencia para estudiantes extranjeros en el último piso destinado a la servidumbre. Gran parte de la guerra la vive en Barcelona, asistendo al entierro de Buenaventura Durruti. Su madre trabajaba como enfermera en varios hospitales y la movilizaban. Un día que cambió de domicilio laboral le dieron el chusco (pan) en los dos trabajos, Rafa cometió el pecado de comerse uno de los panes ella sola y el otro lo llevó a la casa. 

Cuando la guerra estaba finalizando, pasa a Francia atravesando los Pirineos acompañada por su madre, su tía, y un primo de su edad, Sadi de Buen y se dirigen al primer pueblo tras cruzar la frontera, Banyuls, donde tenía a sus abuelos, el oceanógrafo Odón de Buen y Rafaela Lozano. Allí se hospedan durante unos meses, hasta que en Toulouse abrieron unos cuarteles para los refugiados españoles, que anteriormente habían sido cuarteles de bomberos, en los que había un baño (es decir, un agujero en el suelo) por cada piso.

Durante el exilio en Francia se dedica a tejer junto a su madre para una tienda de moda. Les daban ovillos al peso y tenían que devolver el chaleco al peso y el resto de la lana. No podían quedarse ni con un gramo. Su madre hacia el cuerpo y ella las mangas. Les pagaban a 5 francos la madeja.

Un pecado que cometió: un francés que había conocido en un intercambio de estudiantes le mandó un giro de 50 francos (mucho dinero entonces), lo primero que hizo fue ir a una chocolatería y comprarse chocolates, se los comió sola....sentada en un banco, donde gozó el momento.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial embarca desde el puerto francés de Le Havre en el Formosa, acompañando a un poeta, comunista y tuberculoso llamado Luis Pérez Infante, que previamente se había reunido con Pablo Neruda -en ese momento cónsul en París- para que le proporcionara 50 pasajes de españoles rumbo a América. Junto a ellos viajan los fundadores de la futura empresa Muebles Sur, Christian Aguadé y los hermanos Tarragó.

                                                                  
Rafaela y Luis Pérez Infante

El barco francés sale equipado con dos cañones y con las barcas de rescate descubiertas, preparadas para saltar al mar en cualquier momento. Hacen  escala en Casablanca, donde estuvo apenas unos días en los que no hacían nada, solamente veían transitar barcos de guerra.

El viaje en barco transcurre desde Francia a la República Argentina, pasando por la ciudad brasileña de Santos, donde no pudieron desembarcar. Se dirigieron entonces a Montevideo en cuya travesía presenciaron la primera batalla naval de la II Guerra Mundial: el ataque del acorazado Graf Spee contra tres barcos ingleses, el Ajax, el Aquilles y el Exeter.

Llegando al puerto de Montevideo  les fue a recibir un capitán de Marina uruguayo, Ribera Travieso, que había estado en España como agregado, era amigo de su familia y con él pudieron desembarcar para ir a almorzar.

 El Formosa llega a Buenos Aires, pero durante dos días no pueden bajar del barco hasta que se hace posible el viaje en el transandino, toman entonces un pasaje de tren de 2ª categoría – buena en España pero en puros bancos de madera en compartimentos en los trenes argentinos-  a Mendoza donde  la cordillera les causa un sentimiento realmente impresionante: era verano y no había nieve: en esos años los coches argentinos circulaban por la izquierda y uno no sabía dónde mirar; atraviesan los Andes en taxi por caminos de arena, lleno de baches, de interminables curvas que subían y bajaban, de un monte tras otro, hasta Punta de Vacas. 

Al llegar a Chile, el 19 de diciembre de 1939, exactamente en la estación Mapocho, le esperaban unos amigos que habían llegado en el Winnipeg en el mes de septiembre: Arturo Lorenzo y Elena Gómez de la Serna, que los conducen a una residencia en la calle Morandé, 542, una pensión que la regentaban dos hermanas de un personaje importante de la política chilena, Luis Emilio Recabarren, fundador del Partido Comunista. Vive durante algo más de un año en la pensión, hasta que estas hermanas se mudan al paradero 9 de la Gran Avenida y Rafa se va con ellas. Los 18 años los cumplió recién llegada a Chile.

El poeta ingresa durante un año en un sanatorio de montaña, “El Peral” y posteriormente en una pensión para tratarse la tuberculosis pero finalmente viaja a Uruguay donde Rafa le pierde la pista. Muchos años más tarde Rafaela donó el “Cuaderno de Toulouse”, donde aparecen 24 poemas, muchos de ellos inéditos y desconocidos, que le había dedicado. el



Cuaderno de Toulouse, a ella dedicado y donde aparecen 24 poemas, muchos de ellos inéditos y

En ese tiempo trabajaba en la Universidad de Chile en la Comisión de Cooperación Intelectual con José Santos González Vera, abuelo de la Laura Soria. 
Posteriormente le contrata el Instituto chieno francés por parte de Roger Parelon, en Mademsa, Manufacturera de metales S.A.

A su marido Joan Jordana, hijo del escritor catalán C.A. Jordana, también llegados del exilio desde España y Francia, le conoce en el Centro Catalán de Santiago, ciudad donde residen durante muchos años, primero en Guadalajara 5550 y posteriormente en la calle Vecinal, 50, en la comuna de Las Condes, donde Rafa sigue viviendo. Tiene dos hijos, Xavier y Sergi -los dos del FC Barcelona- 6 nietos y tres biznietos, y esperando el cuarto.

Ha publicado dos libros: "Días cálidos y azules" (1996), una mezcla de poemas y narraciones y "Teselas para un mosaico" (2004), un relato autobiográfico compuesto por 50 notas breves, cuya escritura oscila entre la prosa y la poesía.









  Rafa se levanta todos los días en hora capicúa, sigue viviendo independiente, escribe, lee, traduce, participa en talleres literarios, maneja skype y correo electrónico y sigue recibiendo en su casa de Santiago con una gran sonrisa acompañada de un gran abrazo.





                                                         Verdaderamente es admirable.